Una de las cosas que agradezco a mi padre es que, siendo yo muy niño, me llevara al mercadillo de los domingos y me comprara tebeos y comics. Crecí leyendo las historias y aventuras de Mortadelo y Filemón, Asterix y Obelix, Spiderman, La Patrulla X, El Capitán Trueno, Zipi y Zape, El Botones Sacarino, Batman, SuperLópez y tantos y tantos otros.
Esos tebeos me iniciaron en la lectura pero, lo más importante, es que se convirtieron en mi compañía durante esos años de niñez y fueron mis maestros de ética, lenguaje, sentimientos y humor. Todas las propinas que podía conservar las destinaba a una visita furtiva al portal de un edificio situado en la Calle Duque de la Victoria donde, en una antigua y minúscula portería, una señora se dedicaba a vender comics. Más de 30 años después, el destino ha vuelto a hacernos coincidir a esa señora y un servidor, en distinta localización pero en las mismas circunstancias, sigo siendo su fiel cliente de comics. Pero esa es otra historia.
Ese montón de tebeos que podía parecer una lectura para varios días, o incluso semanas, era devorado en un par de horas y releído infinidad de veces con el paso del tiempo. ¡Cuantas broncas me llevé por leer mientras comía! ¡Cuanto tiempo podía estar en el baño leyendo mientras ensuciaba la porcelana!
A lo largo de mi vida he leído muchos tebeos y libros de humor, pero ninguno ha conseguido hacerme reir tanto como una historieta de Mortadelo y Filemón. Mi familia se burlaba de mí por las carcajadas que oían provenientes del baño mientras estaba sentado en el trono leyendo mi Mortadelo. Si es verdad, que la risa da años de vida, Ibáñez ha contribuido a prolongar la mía unos cuantos lustros.
Pues bien, el pasado 15 de Julio de 2023, el señor Francisco Ibáñez Talavera, el genio creador de mis amados Mortadelos, ha fallecido a la edad de 87 años.
Nos hacemos mayores y con el paso de los años vamos viendo cómo los músicos, actores, deportistas… que forman parte de nuestra infancia y adolescencia, van desapareciendo. En muchos casos simplemente te hacen recordar cuán rápido pasa el tiempo, pero en otros, la pérdida se aproxima a la de un ser querido y a la pérdida de una parte de ti. Yo nunca conocí a Francisco Ibáñez, desconozco si me hubiera caído bien o no, pero siento como si hubiera perdido a un amigo, o aún peor, siento que de golpe he perdido a un montón de amigos: he perdido a Mortadelo, a Filemón, al Botones Sacarino, a Rompetechos… y el mundo es mucho peor.
En este país siempre han crecido grandes artistas pero, a mi modo de ver, Ibáñez consiguió la excelencia en su obra. Consiguió que su obra llegara a todo el mundo sin importar su edad y clase social. ¿Quién no ha leído alguna vez un Mortadelo y Filemón o un Botones Sacarino, o al menos, una página de 13 Rue del Percebe? ¿Quién no ha oído llamar Rompetechos a alguien o quejarse de los chapuceros apodándoles Pepe Gotera y Otilio?
Ibáñez nació en el seno de una familia humilde cuatro meses antes de que estallara la guerra civil española. Sus años como dibujante fueron duros. Esa generación de dibujantes tuvo que soportar la presión de tener unos tiempos de entrega imposibles (hasta 40 páginas semanales) y de no disponer de los derechos de sus personajes, los cuales estaban en manos de las editoriales. ¡Qué mal lo tuvo que pasar cuando abandonó la Editorial Bruguera y otros dibujantes se hicieron cargo de su obra, de sus personajes, de sus «hijos»! Menos mal que a veces hay algo de justicia en este mundo y pasados unos años apareció una Ley de Propiedad Intelectual que devolvió la propiedad de las obras y personajes a los autores.
Al respecto, os aconsejo leer un comic de Paco Roca titulado «El Invierno del Dibujante» dónde narra como era la vida de los más famosos historietistas de la época en España dentro de la Editorial Bruguera y como intentaron lograr una mayor libertad creativa fundando una nueva revista, la revista Tío Vivo. Todo plasmado de manera notable, como viene siendo habitual, por Paco Roca.
Pero volvamos al maestro. Ibáñez supo reflejar fielmente la sociedad que existía en esos momentos y supo plasmar en sus historias nuestra cultura con un humor atemporal y universal.
Según he leído, consiguió vender la friolera de más de 100 millones de ejemplares. Ese éxito, en otras profesiones y en otros países, hubiera significado que Ibáñez viviera sepultado en una fortuna, pero no fue así.
A mi modo de ver, tampoco ha sido reconocido su trabajo en forma de premios. Varias veces se pidió para él, por parte de sus seguidores, el galardón del Premio Princesa de Asturias, pero nunca le fue concedido. Los galardonados fueron, por ejemplo, la artista serbia Marina Abramović y la periodista y escritora estadounidense Gloria Steinem. No sé si verdaderamente lo merecen más que él o no. Perdonad mi ignorancia, pero desconozco totalmente su obra y por tanto no soy quién para valorar. Pero tal vez sea esa la respuesta, ¿cuántos de vosotros conocéis a dichas galardonadas y a cuántos en vuestra vida os ha afectado su obra?
Pero no quiero verme arrastrado por la pena y la rabia que me provoca seguir viendo que continuamos sin aprender que hay ciertas cosas que hay que manifestar en vida y no a título póstumo y dar prioridad a las personas que tenemos cerca de nosotros. Quiero que esto sea un homenaje y que nada pueda oscurecer esta humilde manifestación de cariño y admiración.
Desconozco cuál es la mejor forma de poder devolver todo lo que Ibañez nos ha dado, un aplauso, una calle, un premio, una condecoración, un baño de multitudes, algo que pueda trasladarle el cariño y admiración que personas como yo tenemos a su trabajo, a su arte, a su humor. Lo que sí sé, es que pocas personas merecen tanto ese reconocimiento.
Ojalá fuera, al menos, recompensado en vida con el cariño de la gente que, como yo, ha disfrutado tanto de su trabajo. En la entrevista en elDiario.es en julio de 2018, Ibañez afirmó:
Para mí el premio de verdad es cuando veo a aquel niño que viene a que le firme el librito, que me está mirando encantado con los ojos como platos pensando que está como con una especie de héroe y la madre le dice: ‘Pero Pepito, ¿no querías decirle algo al señor Ibáñez?’. Pero Pepito no dice nada, está con aquellos ojos abiertos y se lleva el libro firmado como si fuera el tesoro más grande del mundo. Los premios oficiales o los certificados… yo tengo aquí un certificado que dice: ‘Francisco Ibáñez está vacunado contra la viruela’, ese es el único certificado que vale [risas].
Nada más que decir.
Toda su obra forma en general y Mortadelo y Filemón en particular, forma parte de nosotros, de nuestra cultura. Mortadelo y Filemón es uno más entre Quijotes, Lazarillos y Buscones.
Me siento profundamente agradecido y honrado por haber podido disfrutar de la obra de Ibáñez. Gracias maestro, por haber endulzado nuestras vidas y habernos hecho disfrutar tanto. Estés donde estés, descansa en paz.