Mi cuerpo me tortura

Mi cuerpo me tortura

Mi cuerpo me tortura.

Ya no son pequeñas zancadillas,
hoy es una tortura concienzuda, virulenta, sin piedad.
un balanceo constante de barco
que nunca llegará a puerto
y hace de la náusea un arte.

Una cara que al moverla se vuelve rara, incontrolable, picasiana,
que destapa las miradas ajenas de disgusto y rareza.
¿Dónde está mi bella sonrisa?
¿Por qué se ha convertido en la risa de un muñeco deformado por el fuego?

Ahora veo la vida a mi alrededor desenfocada, obtusa
con sonidos que asustan, que duelen,
un regreso a las caídas de la infancia sin comprender qué ha pasado,
pero que en lugar de vergüenza,
dejan un gran sabor amargo de ira y bilis.

Hasta el placer de comer se ve manchado con lágrimas gratuitas,
lágrimas sin sentimiento, que no curan, que no alivian
que brotan como la savia al cortar un tallo
desvelando un daño sin grito y sin dolor.

Hasta el silencio y la oscuridad se ven interrumpidos
por ese pitido constante, infinito, incansable,
que no permite olvidar mi celda ni siquiera unos segundos.

¿Cómo dormir sin respirar?
¿Cómo andar sin caer?
¿Cómo escuchar sin oir?
¿Cómo amar lleno de odio?
¿Cómo compartir un momento si cada segundo es una lucha sin cuartel contra un contrincante incansable?
¿Cómo combatir a un enemigo dueño de tu cuerpo?

Cómo hacer entender a los demás tu sufrimiento
cuando se trata de algo que hay que vivir, padecer, experimentar
y que todas las explicaciones se convierten simplemente en un diagnóstico,
en nombres de síndromes, en nombres de personas,
en escalas de puntuación,
en términos derivados de alguna lengua muerta.

Ya no puedo oir a la gente,
¿será esa la única bendición?
¿Tampoco puedo oir a Dios?

El leísmo ha sido sustituido por el queísmo
hasta que el cansancio propio y ajeno
hacen que me abandone al ostracismo.

Ya solo me acompañan los que me quieren
o puede que simplemente, los que me soportan.
¿Algún voluntario que lleve mi carga un día al menos?
¿A quién puedo gritar?
¿A quién puedo golpear?
¿Cómo liberar esa frustración, esa ira que va creciendo mucho a mucho?

Y a la vez, qué fácil ha sido rendirse a no soñar,
qué fácil ha sido renunciar a los deseos que antes me acompañaban
y daban un poco de azucar al día a día
como esa glucosa que dan a los bebés después del pinchazo de la vacuna.

Lo único que me queda es seguir,
imitar a Atlas y seguir sujetando un mundo que cada día pesa más,
que cada poco tiempo trae una nueva tortura.
Ya estoy sobre una rodilla,
en breve estaré sobre las dos,
¿Qué haré entonces?
¿Será que Atlas sujeta su propia lápida?

Hasta una carcajada puede traer consigo una pequeña muerte de segundos,
un golpe aturdidor en la sien que me recuerda que ya no tengo derecho a reírme.
¡Qué gran torturador es la vida!
¡Qué ingenioso es su trabajo!
¡Qué concienzudos sus golpes!
¡Qué incansable su vaivén!

¿Se puede estar cansado, decepcionado, frustrado y a la vez rabioso?
¿Necesitas que te responda?

Aquiles Firma