Vicente y su música para hacer el amor

Vicente era un hombre que parecía sacado de un tebeo de Mortadelo y Filemón. Entrado en kilos, cabeza redonda, casi calvo excepto en los laterales y un poco de pelusilla en la azotea, gafas de metal redondas retro vintage y de estatura media. Si fuera cierta la frase «El hombre y el oso, cuanto más peludo más hermoso» , entonces Vicente sería un modelo de Calvin Klein,  pero no lo era. Una vez coincidí en los vestuarios con él y pude verle sin camisa, tenía más vello en el torso y en la espalda que el rincón de una peluquería un sábado por la tarde después de una orgía de wookies.

Vicente era el Jefe de Barra de la cafetería de un hotel de 4 estrellas en el que estaba prohibido entablar cualquier tipo de conversación con los clientes y mantener siempre una alto nivel de cortesía. En eso Vicente lo bordaba, era la persona más servil que he conocido en toda mi vida laboral. Cuando un cliente se marchaba de la cafetería, Vicente lo perseguía por detrás y a lo largo de la barra despidiéndose de él de cuatro formas distintas:

— Hasta luego, buenas tardes, que tenga buen día, espero que nuestro servicio haya sido de su agrado…

Si un cliente se le escapaba sin haberle soltado toda esa retahíla, se sentía mal.

Su mujer era un veneno, le trataba francamente mal y él era incapaz de defenderse. Por ejemplo, Vicente se estaba sacando la carrera de Derecho y su mujer no le dejaba estudiar por las noches ni en el salón ni en la cocina porque la molestaba con la luz y el ruido, por lo que Vicente tenía que estudiar en el único sitio que tenía libre, el baño.

Pero no sintáis ninguna lástima hacia él, toda esa sumisión y ganas de agradar a todo el mundo le convertía en un mal compañero, era un chivato. Cualquier cosa que le hiciera ganar puntos de cara a los jefes, lo aprovechaba, sin importar el tener que vender a un colega.

Cuando me tocaba trabajar con él siempre andaba con pies de plomo, pero no podía evitar el lanzarle de vez  en cuando un anzuelo para que picara y me contara cosas de su vida, ya que Vicente era una de esas personas a las que le suceden cosas muy curiosas y divertidas. Bueno, divertidas digamos que para los demás.

Yo por entonces era un joven adolescente universitario que se sacaba un dinero trabajando en hostelería. Vicente estaba ya en la treintena y una tarde cualquiera en la que apenas había clientes y estábamos aburridos, procedí a tirar mi anzuelo.

—Vicente, escucha esta canción —le dije mientras por el hilo musical se escuchaba «Careless Whisper» de George Michael.

Ambos estábamos en postura de servicio, rectos como palos, con las manos entrecruzadas a la espalda, uno al lado del otro y vistiendo una chaquetilla ridícula junto con una pajarita más ridícula aún.

—Aquiles, ¿quién es el que canta? Me suena muchísimo. —me  preguntó Vicente con ojos vivarachos detrás de unos cristales más sucios que un mecánico hindú.

—Este, Vicente, es George Michael, y es de lo mejorcito para escuchar mientras haces el amor. —afirmé con gesto sobrio confirmando que estaba hablando totalmente en serio. El anzuelo estaba lanzado, solo quedaba callar y esperar.

Tras reflexionar unos segundos, Vicente, esbozando una sonrisa picarona lanzó una pregunta.

—Aquiles, ¿sabes qué me gusta escuchar cuando hago el amor?

Había picado el anzuelo y conociendo al personaje debía prepararme. Me sentía como aquel soldado romano de «La Vida de Brian» esperando que Poncio Pilato dijera «Pijus Magnificus» .

—Dime, Vicente, ¿qué te gusta?

—A mi para hacer el amor me gusta escuchar El Bolero de Ravel —respondió afirmando con la cabeza.

Hice acopio de toda mi fuerza para reprimir cualquier signo de risa. No os podéis hacer una idea de lo que me costó. Y en cuanto pude, me escapé a la zona del office para poder descojonarme a gusto. Y en ese estado me encontró un compañero llamado Fran con el que solía pasármelo en grande.

—¿Qué pasa Aquiles, de qué te ríes? —me preguntó Fran mientras sonreía contagiado por mi risa.

Acto seguido pasé a narrarle la historia y una vez llegado a El Bolero de Ravel y entre risas, Fran terminó de rematar el episodio exclamando:

—¡Y una polla! ¡Si dura más de 15 minutos!

Amigos, ese día nunca lo olvidaré, al igual que, por desgracia, no puedo quitarme de la cabeza el imaginarme a un Vicente sudoroso, con su pelaje al viento, las gafas empañadas y empujando, dándolo todo a su mujer… cada vez que tengo la desgracia de escuchar el puto Bolero de Ravel.

Aquiles Firma