Lo siento, Óscar

Foto de Call Me Fred en Unsplash

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Hace unos días, mi hijo de casi 4 años me dijo:

—Papá, ¡vamos a bailar!

Eso significa que quiere que ponga música en el ordenador para poder soltar toda su energía bailando como baila un niño de casi 4 años, es decir, maravillosamente. Pocas cosas me gustan tanto, como ver bailar a mi hijo.

Esta vez le puse videos musicales y en uno de ellos cometí una temeridad, le puse Thriller, de Michael Jackson.

Sí, lo sé, es un niño muy pequeño, y ese video puede provocarle miedos y pesadillas. Pero en ese momento no actué con racionalidad, me equivoqué.

Mientras el video transcurría, él no perdía detalle, estaba totalmente absorto y cuando llegó el momento del baile se puso a imitar todos los pasos con la gracia que tienen los niños pequeños. Le encantó. Contesté a todos sus interminables «porqués» y tuve que volverlo a poner 3 veces más como mínimo. Gracias a Dios, no tuvo miedo ni le ocasionó pesadillas de ningún tipo. Simplemente le encantó.

En una de las repeticiones, limpié la baba que se me caía viendo bailar a mi hijo y presté atención a Michael y su manera de bailar. Me di cuenta de que, a pesar de los años, seguía hipnotizándome son sus bailes y movimientos. Y también hizo que mi mente retrocediera en el tiempo, a mi niñez, cuando tendría unos diez años, e irremediablemente, me acordé de Óscar.

Cuando éramos niños, en todas las pandas, siempre se ponían motes. Si había un niño gordo se le apodaba piraña o algo similar y también estaban el empollón, el gafotas, el gremlin, el dumbo, etc… Nadie se salvaba de esa crueldad normalizada. Pues bien, a pesar de que sus padres eran de Zamora, Óscar tenía los ojos achinados y por lo tanto Óscar era «el chino» .

Dentro de esos motes, algunos acababan siendo una sustitución permanente del nombre, es decir, siempre le llamabas utilizando el mote y nunca por su nombre real. Hasta a su madre le decías por el interfono: «¿Baja Gremlin a jugar?» . Y en otras ocasiones, el mote solamente se soltaba cuando tenías la intención de hacer daño, lo que hoy en día se llama bullying.

En el caso de Óscar, creo que solamente se lo llamé una vez, con el propósito de picarle, tras una discusión que estábamos teniendo, y eso provocó que me persiguiera como un Juggernaut con la intención de hacérmelo pagar.

Yo era muy muy rápido y delgado y Óscar lento y fuerte. Mientras me perseguía no podía evitar reírme, ya sabéis, ese tipo de risa nerviosa que a veces surgía cuando nos perseguía por casa nuestra madre, zapatilla en mano. Pero esa vez, a pesar de mi rapidez, Óscar me pilló y comenzamos un forcejeo. Todo el mundo se arremolinó alrededor nuestro, entre ellos los hermanos mayores, incluído el hermano mayor de Óscar. Tras unos cuantos años de práctica de Judo, mi cuerpo reaccionó instintivamente y en un abrir y cerrar de ojos tumbé a Óscar con una llave y acabé encima de él con el puño preparado para golpear. En esa época nunca tenías que mostrar ningún signo de debilidad y eso acarreaba tener que pegarte alguna vez con uno de tus amigos. Eso sí, nunca llegaba la sangre al río y siempre se acababa conservando la amistad y perdonando todo.

Mientras estaba encima de Óscar, con el puño preparado para golpear, me dí cuenta de que no era capaz de asestar ningún golpe. Yo tenía la culpa de la situación, yo me había metido con él y, además, yo apreciaba a mi amigo. Al escuchar a su hermano mayor decirle «Óscar, has demostrado ser un inútil» , aflojé todavía más y me levanté avergonzado. En ese momento, lleno de rabia, Óscar me agarró y acabamos en la misma posición, solo que esta vez él estaba encima con el puño armado y la cara llena de rabia.

No hice nada para defenderme, a pesar de que interiormente estaba asustado. Simplemente me preparé a recibir un golpe que nunca llegó. Óscar, se levantó enfadado y se fué.

Como me gustaría poder volver a ese momento, detener a Óscar para que no se fuera y pedirle perdón mientras le daba un fuerte abrazo.

En  fin, tranquilos, como ya he dicho antes, todo se perdonaba, y ese mismo día volvíamos a estar juntos como si no hubiera pasado nada.

Michael Jackson era el ídolo de Óscar y al ver bailar a mi hijo volví a ver bailar a Óscar los pasos de Michael cuando subíamos en ascensor de regreso a casa, mientras se miraba en el espejo y me contaba que si Michael había dicho tal cosa, Michael había hecho tal otra,  Michael…

Si hubo algo, con el paso de los años, que no cambió en Óscar, fué esa ilusión que transmitía por las cosas que le gustaban. En esos momentos, se le iluminaba el rostro y era como ver a un niño, como volver a ver a ese niño de diez años hablando de Michael Jackson. Ahora mismo lo echo de menos.

Con el paso de los años seguimos siendo amigos, pero cada uno empezó a salir con otros grupos de amigos, con chicas,  ya sabéis, la adolescencia… Óscar se relacionó con gente que consumía drogas y yo no comulgaba con eso. Nos distanciamos. Más tarde acabó trabajando en Madrid y apenas le veía.

La última vez que le ví fué un domingo a las 7 de la mañana. Yo estaba hablando con mi novia sentados en la entrada de su portal, después de que nos hubieran cerrado la discoteca y Óscar apareció con su coche. Al vernos salió a saludarnos. Óscar conocía a mi novia porque era la hermana de uno de sus actuales amigos. Nos dijo que se alegraba de vernos juntos y luego continuó con su coche a toda velocidad. Mientras estuvimos allí sentados, vimos pasar a Óscar con su coche al menos tres veces. No sé por qué no caí en que posiblemente estuviera puesto y por eso estaba actuando así.

Lo que sí se me quedó grabado es que cuando Óscar me vió, su cara reflejó una pura y verdadera alegría de verme. No era una alegría fingida, ni una cara de compromiso, no. De verdad Óscar me dirigió una cara de alegría pura al verme. Y ese es el último recuerdo que tengo de él, porque yo no sabía que Óscar lo estaba pasando mal y, poco después, murió en Madrid de sobredosis.

Lo siento, Óscar. Siento el no haber estado ahí contigo. Siento no haber hecho nada para intentar alejarte de ese mundo, siento no haberme dado cuenta ese día de que algo andaba mal… Lo siento.

Siempre recordaré tu cara al verme ese día y siempre te recordaré bailando los pasos de Michael Jackson mientras subíamos en ascensor a casa.

Un abrazo muy fuerte, amigo.

Aquiles Firma